Una vez me pasó algo que cambió el rumbo de mi vida. Te voy a contar. Yo nací zurda. Cuando era pequeña me aconsejaban practicar con la mano derecha para que fuera “normal”. Es que escribir con la mano izquierda era percibido como algo antinatural. También me dijeron que no iría al cielo y que los zurdos hacemos todo al revés. Sin embargo, algo en mí sabía con certeza, que nadie que no fuera zurdo podía hablar por mí sobre una realidad que desconocía. Así que ni practiqué con la mano derecha, decidí que al revés solo era diferente y que lo del cielo me sería indiferente. Decidí ser una zurda empoderada y que las cosas que haría irían ligadas a mi mano dominante. Entonces, un día, pasó algo que hizo que el rumbo de mi mano izquierda se definiera aún más. Verás. Era una niña corriendo detrás de un gato que apareció cerca de mi casa. Era negro y lustroso y no se dejaba agarrar. Era un gato feral que no interesaba ser acariciado porque no conocía eso. Pero yo, quería abrazarlo. Una vez lo vi no podía de ninguna manera evitar el deseo de acariciarlo y hablar con él. En casa había unas escaleras altas, que abrían como una cremallera de menor a mayor a medida que las bajabas. El gato había llegado hasta el balcón, atraído por las plantas y los lagartijos, y desde allí traté de atraparlo. Entonces, sucedió. Tuve un accidente al tropezar con el segundo escalón y rodé escaleras abajo, una por una, a una velocidad considerable hasta llegar al final de ellas, cuando, con el fin de proteger mi rostro o por algún otro instinto, extendí mis brazos y acabé con las manos directamente sobre un grupo de piedras. La mano derecha resultó ilesa. La mano izquierda, en cambio, quedó atrapada entre las piedras y resultó seriamente lesionada. Se abrió un espacio entre la base de mi pulgar y mi dedo índice, y en ese espacio, un lápiz diminuto pero de punta afilada, quedó integrado a un músculo presente en el dedo pulgar y que está involucrado en la acción de escribir. Comencé a llorar unos segundos después de la caída. Mi abuela bajó las escaleras corriendo con una olla en la mano. Supongo que se disponía a cocinar cuando escuchó la sinfonía de mi manera catastrófica de bajar las escaleras. A todo esto el gato se sentó cerca de mí para lamerse y observarme. Mi mano estaba ensangrentada. Se veía la carne y pude ver a través de mis lágrimas que mi abuela por poco se desmaya. Terminé en el hospital. Mi mano sufrió un desgarre severo en la tríada de músculos del dedo pulgar, además de fractura en la falange proximal del mismo. Recuerdo que la doctora que atendió mi mano, me preguntó: —¿Qué tú quieres ser cuando seas grande? —Escritora —, respondí. Entonces, me dijo: —No habrá problema, porque tengo una solución para que tu mano funcione aún mejor. Colocaré un hueso entre la falange proximal del pulgar y el metacarpo, y ese hueso tendrá la capacidad de ayudarte a escribir mejor y más. En ese momento, yo no lo entendí. Pasaron años, y un día en el cual el placer de escribir me invadió, supe que ese hueso, que tengo desde niña, ha hecho su función. El hueso extra se llama O. Pero esa, es otra historia. Esta historia es autobiográfica, pero no toda es cierta. Gracias por leerme, Sarah Rubí
0 Comentarios
|
Sarah Rubí - EscritoraSoy una secuencia de ADN con tendencia a vivir. Archivos
Febrero 2023
|