SARAH RUBÍ - ESCRITORA
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Elefante

7/9/2019

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Elefante es un cuento que significa un universo para mí. Los seres humanos, a veces, dudamos de nosotros mismos. Como amo escribir, escribo hasta cuando duermo, pero a la hora de publicarlo encontraba mil excusas.

Un día, mi compañero de la vida, me envió un mensaje en el que se anunciaba una convocatoria para participar en una competencia literaria de la revista Small Axe. Escribí un cuento corto y decidí participar. El resultado de la competencia sería mi señal. Si el cuento era bueno, pensé yo, alguna mención podría tener y entonces yo sabría que debía continuar.

​El universo me contestó de la manera más bella. Mi cuento ganó un premio y trabajé con los editores de la revista para publicarlo en una de sus ediciones. Hoy lo comparto contigo como se comparten las fotos de los hijos y las hijas, con ese orgullo, que nada en el mundo puede opacar. Me encantará saber lo que piensas, así que te animo a dejar un comentario. El cuento está dividido en tres partes. 


Elefante
Author: Sarah Rubí
First Place, Short Fiction

Small Axe Literary Competition 2017 
Published SX 56 2018



Parte 1
Mística



—¿Dónde está Mami?—le pregunto a Loro, que tiene la boca llena de semillas de calabaza. Él señala con un dedo al baño sin hablar porque tiene la boca llena. Es la única manera de mantenerlo callado.

—¿Quedan tostadas?—le pregunto cuando veo el bolso de pan vacío sobre la mesa.

—Mami dijo que solo quedaban dos y que tendríamos que compartir. Yo le dije que me comería las pepitas de calabaza y así las tostadas son para Acuarela y para ti.

—Gracias—dije.  Mi hermano Loro habla demasiado pero tiene un corazón bondadoso.

—De nada. Hay que celebrar que estamos de vacaciones—me responde haciendo comillas con sus dedos cuando pronuncia la palabra vacaciones en clara señal de sarcasmo. Además de tener un corazón bondadoso es un genio del sarcasmo.

Una peste bárbara invade la cocina y puedo ver a Acuarela, que pinta y pinta sobre una bolsa que está en el suelo.

Murciélago, un cuervo al que Loro adoptó y del cual dice que es un pájaro mozambique de Puerto Rico, picotea algo en el suelo alrededor de Acuarela y la peste se intensifica y se esparce como una galaxia. Es el “big bang” de la peste.
Agarro una tostada y pienso en la pobre Mami, que se mete al baño durante el desayuno para evitar explicar porque no tenemos comida. Cómo si ya no lo supiéramos.

Hace como dos meses que papi se fue. Se desapareció. Él era artista y esta casa tenía mucho color. Cuando el existía tenía sentido el dramatismo de nuestros nombres; Mística Astronómica, Loro Pelícano y Acuarela Acrílica. Pero desde que dejó de existir parece que todo está metido dentro de un filtro “grunge". No sé si este filtro esconde o realza la realidad. Desde que recuerdo la vida somos extraños, pobres, perdedores. Buscamos mejorar la calidad de vida mudándonos desde la isla al continente. Inmigrantes. No nos ha ido muy bien.

Mami sale del baño y nos mira a los tres. Me fijo en su mirada que nos cuenta a cada uno. Uno, dos, tres. Es como si pensara: maldita sea, todavía son tres.

Tiene los ojos hinchados y los pómulos marcados. Puedo poner una bola de ping pong en cada mejilla. Al terminar de contarnos, su pensamiento parece chocar contra el mío. Tal vez puede leer mis pensamientos. Tal vez es porque sabe que nunca le contesto. Siempre me callo y bajo la mirada. Hay algo oscuro dentro de los seres humanos que alimenta el maltrato hacia los más débiles. Nunca ha recibido resistencia por mi parte. Lo más seguro es que le recuerdo tanto a mi padre (soy la más que se parece de nosotros tres) que cada vez que me ve se ve retratada en el pasado que tuvo con él, y le causo repulsión.

—Tuviste suerte de tener una tostada. Loro decidió comerse las semillas y Acuarela está entretenida con sus pinturas. Como siempre eres la última en levantarse, un día de estos te quedas sin desayuno. Qué difícil eres Mística. ¿Quién te va a aguantar?

Callo las palabras que llegan hasta la parte trasera de mis dientes. Anoche, como todas las noches, me acosté muy tarde cuidando de Acuarela. Hay un problema con mi hermana, con sus lágrimas. Tienen una composición muy fuerte que ocasiona la erosión y corrosión de sus tejidos y así casi pierde los ojos y perdió un dedito de la mano. Acuarela no puede llorar. No podemos dejarla llorar así que cuidarla es una actividad extenuante, como si hubiera que cargar un elefante. Por eso me levanté tarde.

La peste parece llegar a las neuronas olfatorias de Mami porque se le olvida el conflicto conmigo y se pone la mano en la cara para cubrir su nariz.

—Así no se puede comer—dice para excusarse de no tocar ni un pedazo del escaso alimento presente. —¿De dónde sale esa peste?

En ese momento mira hacia dónde está Acuarela y en un movimiento automático, casi robótico, busca a mi hermana, que pinta y pinta de colores algo que parece un globo muy grande. Mami se esfuerza mucho para poder levantarla. Mi hermana está cada vez más grande y Mami cada vez más pequeña.

—Papi—dice Acuarela.

—Pa-pi-no-es-tá—contesta mami con un bloque de plomo sobre cada sílaba.

Mami hace un esfuerzo más marcado por no pisar el área pintada por las destrezas de Acuarela y que está delimitada por los colores del arcoiris.

Cuando por fin logra un balance más o menos adecuado con Acuarela en sus brazos se dirige hacia la mesa y sienta a mi hermana frente a la última tostada, que yo ya corté en trocitos pequeños para que Acuarela se la coma.

Resignado a no comer pepitas de calabaza, Murciélago continúa posado sobre el globo que pinta Acuarela y su actitud sugiere que los colores lo atraen. Entonces, entretiene su paladar picoteando el globo. Me parece que este pájaro es una aberración. Su capacidad de consumir material orgánico e inorgánico me inquieta.
 
La peste se nos olvida por un momento y terminamos de comer. Parto en dos mi tostada y le digo a Mami que no tengo mucha hambre. Se la comió de un solo bocado y al hacerlo cierra los ojos, como si no hubiese comido en días. Porque creo que no ha comido en días.
 
Como es verano hace mucho calor, y aunque no  tenemos que ir a la escuela, Mami consiguió un trabajo sirviendo comida en una cafetería. Así que me toca hacerme cargo de mis hermanos porque soy la mayor y sé como evitar que Acuarela llore.
Mami se levanta como si fuera una garza y camina moviendo la cabeza hacia adelante y hacia atrás. Parece que se va de bruces en el suelo. Nos lanza besos con la mano izquierda, en la que tiene un tatuaje de un árbol baobab, en un movimiento rutinario que carece de la energía que proviene del amor. Es muy triste saber que hubo un tiempo en su vida en el que estaba llena de vida. De esa vida ya no queda nada.

En cuanto cierra la puerta de nuestro espacio, Loro se sienta justo frente a Acuarela y a mí y comienza a contarnos cómo Murciélago alguna vez fue, antes de ser mozambique, murciélago de verdad. Cuando Murciélago era murciélago, según Loro, él era capaz de comunicarse con los animales, sobretodo si eran aves o animales voladores. Le fascinaba la noche y volaba sobre los árboles para sentirse muy grande. No le gustaba acercarse a los humanos porque herían su autoestima y se escondía durante todo el día. Hasta el día en que se le hizo tarde. Dice Loro que un hombre con alas conjuró la transmutación de murciélago a mozambique. Según la historia, el propósito era producir la trascendencia de los seres que Murciélago toca, y por eso él está en nuestras vidas. Fuimos escogidos por un animal transgénero para trascender y por eso fue que Loro llamó Murciélago a nuestra singular mascota. Este dato me hace pensar lo cuidadosos que debemos ser en el trato hacia los otros seres vivos. Nuestro destino puede estar en las manos, en este caso en las alas, de cualquiera. Según Loro, Murciélago vive traumatizado por el evento que lo transformó en pájaro. A pesar de todo su poder, Murciélago no ha podido ayudarnos.

Acuarela se queda dormida con la historia y la acuesto en su camita. Al menos, mientras duerme no hay riesgo de que llore y yo puedo ir al baño y leer un poquito.

Tenemos un jardín interior gracias a Murciélago que se come las pepitas de calabaza y caga en unas macetas que están en lo que llamamos el balcón. Todavía no ha crecido nada.

Me siento a escribir una carta. Le escribo cartas a mi padre a direcciones que sueño, a ver si un día de estos, reaparece en nuestras vidas.

Soy zurda y en cuanto escribo la fecha recuerdo lo que me dice e maestro de español. “Si eres zurda no entras al cielo”. “En serio, maldito estúpido, ¿eso es lo que crees?”, pienso en silencio mientras hago que su cabeza explote en mi imaginación. Quisiera que ese comentario viniera acompañado de algo positivo porque he perdido la cuenta de las veces que me lo han dicho.

Por las noches, miro a las estrellas a ver si me encuentro. Si pertenezco a otra galaxia que me dejó olvidada. ¿Por qué soy tan diferente? ¿Por qué soy así? ¿Por qué prendo velas con la esperanza de que aparezca lo que ha desaparecido? ¿Por qué intento descubrir en el aire contraseñas con mis dedos, como si hubiese un teclado invisible? ¿Por qué sueño con eventos del pasado en el que soy diferentes mujeres, hombres, diferentes criaturas de las cuales nunca he escuchado? ¿Por qué leo mensajes en las constelaciones?

Ya estoy soñando despierta otra vez y eso me recuerda que tengo a mi hermano sin supervisión. Algo grande se atraviesa en mi pecho y no me toma mucho tiempo revisar el apartamento entero y darme cuenta de que Loro no está en la casa. Se escapó otra vez. Él está empeñado en encontrar al hombre de las alas del que habla con Murciélago. Aún no lo encuentra pero las veces que se escapa con ese propósito, Mami encuentra una nueva razón para odiarme. Ya debe estar por volver de la cafetería porque su receso es a las diez y tiene que traernos comida para que Acuarela no llore. Lo único que hay son las pepitas de calabaza y no hay manera de darle eso a mi hermana.

Lo único bueno de este momento es que, contrario a las de Acuarela, mis lágrimas no tienen ningún efecto visible. Lo único que puedo hacer es llorar y desear convertirme en una molécula de sal que pase inadvertida y que no padezca dolor.

Acuarela se despierta y ve mis ojos llenos de lágrimas. Entonces, dice:
​
—Acuarela no llora.—Mientras dice estas palabras me toca la cara con sus deditos y se mira las manos, asombrada de que mis lágrimas no causan ningún daño.

Le hago un gesto de aprobación y para asegurarme de que no llore, aunque ella ha dicho que no lo hará. La pobrecita ha comprobado en su propia carne lo que significa llorar. Pero lo que dice una niña de cuatro años no está escrito en piedra. Así que le doy la medicina que mantiene su cuerpo seco, para que no salgan lágrimas de sus ojos.  La siento en el espacio que está pintando, en el cual jamás llora, y se pone de inmediato a pintar un saco de color mostaza que luce sucio y al que Acuarela ha coloreado tanto que me recuerda la presencia de mi padre.  La carita de mi hermana sería angelical si no fuera por las grietas que algunas lágrimas han creado en el trayecto de los ojos al cuello. Cuando ella nació, todavía papi estaba aquí y ni siquiera el doctor que la vio había visto alguna vez una enfermedad como la de mi hermana. Lacrima ácida es el diagnóstico. Prosequia es el tratamiento. Que te quedes sin padre es el pronóstico. Creo que la condición de Acuarela fue la decisiva tragedia que causó la desaparición de papi.

Continuará...
Parte 2 en el próximo post




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Autora
​Sarah Rubí

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